

Conflicto Cósmico
en torno al
Calvario
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Serie: Las Profecías Bíblicas - Esperanza de las Naciones


Cuando Cristo murió en la cruz del calvario quedo demostrado ante el universo entero que los testimonios de la divinidad, su ley y su carácter son eternos, inmutables e inconmovibles. El salmista exclama “Justicia eterna son tus testimonios; dame entendimiento, y viviré”. Salmos 119:144. Pidamos al Señor que nos de entendimiento necesario, paso a paso y día a día, a fin de comprender con exactitud cuál es la voluntad de Dios.
Debemos entender que la cruz del calvario no fue un acontecimiento más. La cruz del calvario fue una victoria sorprendente sobre los argumentos de Lucifer. El Hijo de Dios, el creador de todas las cosas quedo desenmascarado frente a todo el universo al demostrar sus verdaderas intenciones. Torturo a Jesús todo lo que pudo durante toda su vida culminando hasta en el asesinato del amado Hijo de Dios, sin embargo, nuestro Salvador soporto la prueba sin encontrarse en el pecado.
Al igual que Caín cuando se levantó y mato a su hermano Abel, en las mismas puertas del Edén, así vemos como Satanás y sus seguidores no pueden soportar y permanecer frente a la verdad pura y eterna de Dios. El apóstol Pablo resalta este gran triunfo, diciendo “y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. Colosenses 2:15.
El Grito Agónico
Densas tinieblas rodeaban el monte calvario. El Padre y el Espíritu Santo acompañaban el sacrificio del Hijo, más Cristo no lo podía ver ni sentir. “Jesús clamo a gran voz, diciendo: Eli, Eli, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?”. San Mateo 27:45-46.
El Salvador tomando por voluntad propia el lugar del hombre, no podía contemplar más allá de las nubes negras, una muerte eterna. El que no cometió pecado se hizo por nosotros pecado y saldo la deuda de la raza humana. Tal cual lo simbolizaban millones de corderitos inocentes que habían muerto desde los portales del edén hasta ese día.
Nadie podía sacar la vida al Hijo de Dios. El entrego su vida voluntariamente. Yo pongo mi vida para volverla a tomar, dijo Jesús en San Juan 10:17. Jesús tuvo que actuar por la fe y confiar en su Padre en la hora más difícil y crucial para todo el universo creado. Porque sin fe es imposible agradar a Dios. Muchas veces los crucificados duraban días en morir, pero el caso de Cristo no fue así. El Mesías pago en la cruz la muerte eterna que el hombre debía gustar.
Ocurrió en el tiempo profético exacto
La gran profecía de los 2300 años que venimos estudiando, entre otras muchas profecías, nos indican con precisa claridad que en el momento exacto Cristo murió. Era el tiempo de la pascua judía y el verdadero sacrificio estaba siendo ofrecido. Todo fue detallado con siglos de anticipación, para que cuando suceda creamos. San Juan 14:29.
En el tiempo exacto. “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el Santuario…Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda…”. Daniel 9:26-27.
Como ya vimos, la orden para reedificar a Jerusalén fue dada en el año 457 a.C. De allí pasarían 7 semanas proféticas más 62 semanas y el Mesías Príncipe seria ungido por el Espíritu Santo en las aguas del Jordán. Si sumamos ya llevamos 69 semanas de las 70 que estaban separadas para el pueblo de Israel. Al pueblo elegido de Dios le quedaba una semana profética más, o sea 7 años, para arrepentirse y volver a los caminos del Señor. Grandiosas profecías nos han sido reveladas, pero la misericordia de Jehová no durará para siempre y ciertamente no tendrá por inocente al culpable.
Después de las 70 semanas, quedaba todavía una porción de tiempo
de 1810 años en la cual Cristo intercedería y ministraría
en el Santuario Celestial. Hoy Cristo está en el Lugar Santísimo,
por ello sabemos que su regreso a la tierra en gloria y majestad
está a las puertas. Si todo se ha cumplido hasta ahora,
¿podrá fallarnos Jesús en la última parte?
A la mitad de la semana.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?”. Salmos 22:1. Mil años antes el salmista inspirado por el Espíritu Santo declaraba las palabras exactas que Cristo referiría en la cruz. Las cosas de Dios son exactas. El inocente Hijo de Dios se hizo pecado por nosotros. La ira de Dios cayó sobre el sin mezcla de misericordia.
Si el sacrificio no era aceptado o si Cristo hubiera fallado en algún punto durante su misión aquí en la tierra, su separación con los otros seres de la divinidad hubiera sido definitiva. Para ello Cristo no dejaba pasar un día sin estar en continua comunicación con el Padre, no hubo una decisión que él tomara a solas.
Hace 2000 años antes Abraham, conocido como el padre de la fe, a quien fueron hechas las grandes promesas sobre una descendencia incontable, pasó por una prueba extrema y este hecho quedo registrado, para nuestra fe y confianza en Dios. Leer Génesis 22:6-8. Luego de renunciar a su herencia y dirigirse hacia donde no sabía, se le prometió que sería padre de una multitud. Pese a ser de edad muy avanzada, tanto el cómo su esposa, llego el hijo de la promesa de acuerdo con lo que Dios le había dicho.
Cuando una noche, el ángel del Señor le pidió que ofrezca a su hijo en ofrenda a Dios. Esa noche Abraham lucho con Dios hasta el amanecer, pero al último entendió que era la voluntad de Dios, sin saber la gran bendición que conllevaba el obedecer a Dios. Varios días camino con Isaac, su joven y único hijo, hasta la cima del monte Moriah. Isaac había aprendido a obedecer a sus padres en el temor de Jehová y gustosamente acepto la voluntad divina.
Al juntar las piedras para construir el altar, colocar la leña y a su amado hijo sobre ella, vinieron a la mente del patriarca varios pensamientos sobre las palabras de Dios, pero él en el momento de la prueba no vacilo, sino que confió completamente en aquel que no falla, ni se equivoca. “Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo”. Génesis 22:10.
En el momento oportuno Dios intervino y proveyó del cordero para el sacrificio, sabiendo que Abraham no escatimo la vida de su propio hijo. Este caso es un prototipo del máximo sacrificio que hizo Dios a la raza humana, entregando a su propio hijo por nuestros pecados.
Hace 4000 años antes, en los portales del edén, el plan de salvación había sido explicado. Jesús mismo comunico a nuestros padres que la única salida era su propia muerte en sacrificio por el pecado. Esto quedo representado en la muerte del animal. “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”. Génesis 3:8,21.
Pecado es desobedecer la ley eterna de Dios. La justicia de Dios no se puede manipular, debemos creer por la fe en sus mandamientos y carácter eterno. Debemos decidir hacer la voluntad de Dios sobre todas las cosas, sin Cristo no hay salvación, la gracia divina cubre los
pecados del hombre. Él se entregó antes que el mundo fuese.
Al igual que Abraham, el cordero de Dios cargo con la responsabilidad
de redimir un mundo pecador justamente antes que
el mundo fuese. 1 Pedro 1:18-20. Lucifer se revelo en el cielo en
el santuario celestial, queriendo proponer y hacer un gobierno bajo
sus propios deseos, leyes, pero Cristo dice, la paga del pecado es
muerte y te incapacita para disfrutar de una eternidad;
la cruz levantada entre el cielo y la tierra ratifica esto y expone la verdadera naturaleza del pecado. Los padecimientos y sufrimientos de Cristo fueron reales, así como la vida futura que se nos promete es real. “Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte”. Salmos 22:15.
Lo que quitó su vida.
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Isaías 53:4-6.
¿Qué quito la vida al Salvador?
Fueron nuestros propios pecados lo que causaron la muerte del Hijo de Dios, nuestra maldad y el alejamiento de Dios produjeron el dolor y el fallecimiento de Cristo. Él es el camino seguro que nos llevara al hogar restaurado.
“Más Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos”. San Mateo 27:50-53.
Imposible de negar, además de todas las profecías que señalan al Mesías, la naturaleza misma se estremeció hasta los mismos cimientos. El autor de todo lo creado estaba entregando su vida en las manos del Padre. Un mano invisible corto la cortina del templo en Jerusalén, indicando así que el verdadero sacrificio ya había sido consumado. Ahora el pecador debía mirar al templo que está en los cielos. La resurrección de Cristo había acontecido, y nada podía negar este hecho, esta noticia llegaría a cualquier rincón del mundo.
Tres tipos de personas definían su destino en torno a la cruz.
✓ Los que conocían las profecías, pero amaban su reputación. “Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”. San Juan 11:47-50.
En este grupo de personas conocían la Biblia y las profecías, pero a pesar de este detalle, su envidia, orgullo, celos, obstinación y fanatismo, decidieron rechazar al Mesías y su mensaje.
✓ Los paganos. “Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”. San Mateo 27:22-24.
Él mismo se condenó al decir que condenaba a un inocente. Ante el tribunal de Dios no hay excusa ni justificación posible que pueda exonerar a aquel que deliberadamente se opone a Dios y persiste en ello.
“El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios”. San Mateo 27:54. Al contario los soldados sin tener mucho conocimiento supieron distinguir en Jesús al Hijo de Dios. El Señor coloca frente a nosotros tantas señales, que si no queremos ver tenemos que cerrar nuestros ojos.
✓ Los sinceros que escudriñan las Escrituras. “Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús”. San Lucas 23:50-52.
José de Arimatea cumplió otra profecía que declaraba que Jesús iba a ser sepultado entre los ricos. No le importo poner en riesgo su vida y reputación al pedir el cuerpo de un condenado.
Si hoy estuviera la cruz a la salida de la ciudad, ¿en qué grupo de persona te encontrarías? ¿Deseamos pedir hoy a Jesús que él sea nuestro Salvador y borre nuestros pecados? Jesús “y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”. Hebreos 5:9.



